jueves, 20 de enero de 2011

El silencio del viento.

Zanele significa “suficiente” en siSwati; La mayoría de los nombres propios de persona swazis tienen un significado, y éste es un nombre bastante común que se pone a los niños (Sanele) y niñas (Zanele) cuando no se quieren tener más hijos (y funciona).

Mi amiga Zanele era alta y delgada, guapetona de cara, algo desgarbada en sus andares, de cuello fino y largo, y sonrisa permanente bajo sus grandes ojos de mirada algo picara y algo ingenua. Trabajaba en un parque nacional al que suelo ir a hacer safaris con clientes; al llegar al campamento principal, Zanele siempre venía con su amplia sonrisa, dando saltos sobre la tarima de madera del restaurante, y me abrazaba de forma efusiva dejándome siempre una extraña sensación de ridículo ante la comparación de su alta estatura y la mía más bien lo contrario. Vivía con su marido en una pequeña casita de barro y palos, con techo de uralita, de dos habitaciones, y no más de 15 metros cuadrados en total.

Zanele era una persona alegre por naturaleza, siempre positiva incluso ante las adversidades, por las que procuraba pasar de refilón, y seguir adelante con la mejor de sus sonrisas. Era persona profundamente religiosa, y en más de una ocasión me enseñó con orgullo su biblia, ajada y llena de marcas, subrayados y cuidadosos escritos de letra pequeña y apretada en los estrechos márgenes de las finísimas hojas. Más de una vez me arrastró a su iglesia, en sus intentos (infructuosos todo hay que decirlo) por “convertirme”, a uno de esos servicios interminables en los que uno disfruta del mejor góspel que jamás pueda oírse.

Zanele tuvo la desgracia de casarse con alguien que la maltrataba, la engañaba, la mandaba a trabajar descalza (seis kilómetros andando) porque “no vale la pena gastar en zapatos para alguien que no puede tener hijos”, etc. Zanele deseaba con todas sus fuerzas tener descendencia, pero por alguna causa, nunca se quedó embarazada.

A pesar de ello, Zanele no perdía su sonrisa.

Zanele empezó a adelgazar más todavía y ponerse enferma a menudo. Su marido no se ocupaba de ella, así que una de sus hermanas la acogió en su casa. A todos nos rondaba la misma idea en la cabeza, pero nadie se atrevía a ser el primero en decirlo - Swazilandia es el país con mayor porcentaje de población enferma de sida del mundo, algunos estudios hablan del 45% - . Cada vez estaba más débil, en la clínica pensaron en tuberculosis. Se le hicieron pruebas, y todas dieron negativas. Hizo un viaje a un hospital lejano, que tiene fama de bueno (dentro de lo que hay disponible) por aquí, para que le hicieran más pruebas, y en el camino le robaron todo el dinero que llevaba; Las fuerzas empezaban a abandonarle y su mente a fallar. Poco a poco, hablando con ella, sus amigos más allegados conseguimos convencerla para que se hiciera las pruebas del sida. Tras largas colas bajo el sol ardiente, Zanele se hizo las pruebas, y al cabo de una semana fuimos a por el resultado. Escondido tras ella con la enfermera enfrente, se me saltaron las lágrimas al saberlo; Nadie nos queríamos creer que la inocente Zanele, siempre dispuesta, alegre y sonriente, nos fuera a ser arrebatada de esa forma. A pesar de que en este país la mayor parte de positivos están abocados a morir en no demasiado tiempo debido a un cúmulo de penosas circunstancias, nadie se dio por vencido. En el hospital del gobierno le prescribieron tratamiento con antirretrovirales, unos de un tipo nuevo que había llegado hacía poco tiempo en grandes cantidades. La convencimos, yo el primero, de que debía tomar antirretrovirales, que la enfermedad no estaba todavía demasiado avanzada, que los que estábamos, estábamos para todo, y la seguiríamos llevando en brazos si continuaba necesitándolo.

Zanele tenía miedo de empezar el tratamiento con los antirretrovirales, así que después de pasar unos días en el hospital bastante enferma, tan débil que la tuve que bajar en brazos para hacerse unas placas de rayos (por fin estaba arreglada la máquina), volvió a casa de su hermana, y allí, más arropada, empezó con el tratamiento. Le sentaban bastante mal, pero todos la animábamos para que siguiera. A los pocos días se puso muy enferma, vomitando y diciendo cosas incongruentes. De camino al hospital, dejó de estar con nosotros; Empezó a hablar con Mvelinchanti (ser supremo de la religión Swazi), y no respondía ni hacía caso a ningún estímulo exterior. Hablaba tranquilamente y en voz alta con Mvelinchanti. Apreté el acelerador, mientras otra amiga me decía que no tenía sentido correr ya; Muchos Swazis saben cuándo van a morir, y desconectan de lo que les rodea de esta forma. Esto me hizo apretar el acelerador más todavía, a lo que mi amiga reaccionó diciendo que no había nada que hacer, que lo único que conseguiría era tener un accidente, y Zanele se iba a morir de todas formas.
De nuevo estuvo hospitalizada una semana, al cabo de la cual la mandaron a casa de nuevo diciendo que no dejara los antirretrovirales por nada. A los 3 días me llamó su hermana muy asustada, diciéndome que A Zanele se le habían puesto las manos blancas. Al llegar a su casa y viendo que las tenía amarillas, como la cara, temí algo de hígado, así que la envolvimos en una manta y corrimos de nuevo al hospital.


* * *

En un extraño sueño, veo a las dos hermanas de Zanele, con las que me une una buena amistad, andar bajo el primer sol mañanero los 4 kilómetros que separaban mi casa de la carretera principal. Vienen por el camino con semblante serio, sin hablar, mirando al frente, algo sofocadas caminando una junto a otra.

Unos cuidadosos golpes en la puerta me sobresaltan, y no quiero abrir. En efecto, al cabo de tres días ingresada, Zanele ha muerto en un sucio y maloliente hospital. Su madre, que lleva muchas noches y muchos días de continuos cuidados a sus espaldas, durmiendo en el frío suelo, no puede más.

* * *

Nada más despuntar el sol, me invitan a acudir de nuevo a ver el cadáver de mi amiga. Abrimos el féretro, y todos podemos comprobar que es el cuerpo de Zanele. Atornillamos la tapa, y nos dirigimos a la tumba que ha sido excavada durante la noche en un lugar poco importante del kraal familiar (del marido), bastante alejado del corral (lugar más sagrado). Hace mucho frío. Después de toda la noche cantando góspel, ahora llega el turno de un par de canciones tradicionales para la ocasión. Canciones preciosas, nada tristes, calmantes, serenas. Aunque el sol ya ha terminado de salir, tiritamos cantando con los cuellos de los abrigos subidos intentando tapar las orejas, mientras el viento frío golpea la cara. El féretro permanece en el suelo cubierto con una colorida manta. Las canciones tradicionales acaban de alguna forma serenando el ánimo, y me fijo en el precioso paisaje de montañas que nos rodea. Al terminar, Zanele es enterrada con sus pertenencias personales, esterilla de dormir, plato y cubiertos, paraguas, y neceser. Su madre pone las piedras principales y más grandes señalando la cabecera, y luego poco a poco todos vamos añadiendo otras por turno hasta terminar de hacer un óvalo que delimita y marca el lugar de la tumba.

De vuelta, nos lavamos las manos en el barreño dispuesto para ello, y volvemos a nuestras respectivas casas. Las manos grandes y sarmentosas de gogo Gwebu, madre de Zanele, me cogen las mías y su mirada se clava en mis ojos. No dice nada, le gustaría tener respuestas. En otra ocasión me comentó que mandan a sus hijos a estudiar, a trabajar a la ciudad, porque en el campo su único futuro es ser pobres como ella; y vuelven enfermos y mueren, y quiere saber que es esa extraña enfermedad que los mata tan jóvenes. Ella afirma que antes esa enfermedad no existía.

* * *

Al cabo de unos meses, leo en el periódico que se están retirando rápidamente todos los antirretrovirales. Eran un tipo nuevo, todavía en estudio, y se ha visto que solo se pueden dar en circunstancias muy determinadas, cuando el paciente está todavía en unas muy buenas condiciones de salud, con muy buena alimentación y fuerte, cosa que en muchos lugares de Africa es una broma de mal gusto. En los meses que los antirretrovirales han estado en la calle, en fase de “prueba”, dicen las enfermeras que han muerto unos cuanto miles de Swazis.

Zanele ya no me recibe en el parque dando saltos y abrazándome desde su apreciable altura. Nunca más disfrutaré su sonrisa, sus pacientes correcciones idiomáticas, su chachareo.


La pregunta golpea mis sienes:

¿Quién

mató

a Zanele?

Al grito de lamento, amargo, ronco, roto, triste, desolado, largo, interminable, sólo le responde el silencio.
del viento.

lunes, 3 de enero de 2011

Hapoor.

El comentario de Lázaro en la entrada anterior me trae a la memoria una anécdota en la vida del legendario elefante Hapoor, que creo merece una entrada por sí sola.

Vivió a mediados del siglo pasado, y era un macho dominante al que de joven, un cazador hirió en la oreja izquierda; En el momento del disparo la superficie de la oreja estaba en línea con la trayectoria de la bala -el proyectil la recorrió desde el centro hasta el extremo-, causando un gran desgarro que dejó la mitad de la oreja dividida en dos. Este hecho marcó a Hapoor el resto de su vida; No olvidaría nunca que esos seres de dos patas pueden llegar a hacer mucho daño, incluso a distancia.
Hapoor se convirtió en el macho dominante de la manada por más de veinte años, y sus relaciones con los humanos fueron siempre problemáticas, haciendo huir en muchas ocasiones a rangers, trabajadores y visitantes del parque donde vivía.

De la historia de Hapoor quiero resaltar un hecho muy concreto, que creo se puede tomar como indicativo de muchas cosas, y es donde entra el comentario de Lázaro, sobre ciertas características (por ejemplo solidaridad?) que a veces nos atribuimos a nosotros mismos como peculiaridad única del género humano; En este caso, solidaridad como ayuda para la supervivencia al principio, y luego llevada hasta extremos inesperados…

En cierta ocasión, siendo ya Hapoor jefe de la manada, a una elefanta le salió un tumor cuyo tratamiento pasaba por la extirpación. Al ser la elefanta dardeada con anestésico, automáticamente, la manada entera liderada por Hapoor comenzó a correr, huyendo de los humanos.
El anestésico empezó a hacer su efecto, la elefanta se quedaba retrasada, y conforme las patas empezaron a flaquearle, Hapoor y otro miembro de la manada se pusieron uno a cada lado, sosteniendo a la elefanta enferma con sus cuerpos, ayudándola de esta forma a seguir huyendo con el resto de la manada de los humanos que les seguían de cerca.
Pero el anestésico acabó por hacer su efecto completamente; las patas de la elefanta, al fin, se doblaron, y cayó entre los cuerpos de Hapoor y su ayudante. Rangers y veterinarios les seguían de cerca, y Hapoor lo sabía. Después de varios intentos infructuosos de empujar intentando levantar el cuerpo inerte, Hapoor le clavó repetidamente sus colmillos; Cuando comprobó que estaba muerta, se alejó con el resto de la manada.

Al acercarse los rangers, se comprobó que de los varios colmillazos, tres desgarraban directamente el gran corazón de la elefanta enferma.

***

Y termino la historia de Hapoor.
Siguió éste liderando la manada durante más de veinte años, y siguió también dando sustos a humanos siempre que se le presentaba la oportunidad. Al fin, un elefante joven consiguió arrebatarle el puesto de líder, y como suele ocurrir en estos casos, Hapoor, ya en sus últimos años, se convirtió en un elefante solitario. A base de empujar y empujar encaramándose con sus patas delanteras, día tras día, con infinita paciencia, consiguió superar la llamada gran valla Armstrong, construida a base de raíles de tren profundamente clavados en el suelo, y unidos entre sí por sirgas de acero, para contener a los elefantes dentro de los límites del parque, que estaba rodeado de campos de naranjos (las naranjas les encantan a los elefantes); Que yo sepa, hasta hoy ningún otro elefante lo volvió a conseguir.
Debido a su odio por los humanos, se convirtió en un verdadero peligro para los habitantes de la zona y fue abatido a tiros.

***

La mirada, seria, algo triste; Quizás nos quede mucho por aprender.