Hacía 9 años que no veía unas navidades europeas. Salgo a dar una vuelta por el centro y manadas de gente me arrollan, me llevan, me tropiezan y me empujan de forma alocada como si mañana el sol no fuera a salir por el Este. Todo el mundo parece concentrarse en comprar en más cantidad que el vecino, en llegar primero a alguna parte o algún producto, y todo esto con una cierta cara de agobio, como si, como decía, supieran de verdad que mañana el sol no va a salir por el Este.
Las luces quedan bonitas, muy bonitas, el centro está todo iluminado con unos diseños preciosos. Yo no recordaba tanta luz, pero mis amigos me dicen que al contrario, este año hay alguna luz menos por la crisis. Y eso digo yo. La crisis. ¿No había por aquí una crisis? Las lucecitas, aunque sea alguna menos que otros años según mis amigos, se han encendido todos los días desde que llegué, hace ya un mes.
Me llama Bongani desde Africa; Las cosas no van bien por allí, cada vez más torcidas, pero está contento porque su hija mayor volvió a ser la primera de su escuela este año. Me dice que la ceremonia Incwala le ha resultado aburrida y sin sustancia, con poca gente local y ningún visitante, debido a la famosa crisis y a la situación política del país. También me dice que mi Lihawu (escudo) bailó este año con él, y quedará colgado en un lugar prominente en la cabaña de gogo Shabangu, su madre.
El Cruz del Sur quedó cerrado; los vientos me alejan de Africa y mi forma de vida cambia radicalmente, probablemente por una larga temporada. Y no me quejo, porque yo tengo la suerte de poder venir.
Pensaba echar el cierre al plog, pero tengo casi terminados 3 o 4 artículos, así que los acabaré e iré publicando por si a alguien interesan.
Y empiezo la tarea de adaptarme de nuevo a vivir en este primer mundo, donde en épocas señaladas, ruge la marabunta.
La música me permito dedicarla a todos los que con su ayuda, de una u otra forma, hicieron posible este difícil salto, y que además saliera bien; Con todo mi agradecimiento.
Con mis mejores deseos para todos en el año que comienza.
sábado, 31 de diciembre de 2011
La marabunta.
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sábado, 8 de octubre de 2011
Shosholoza.
Canción de esclavos.
El significado del título de la canción, shosholoza o también tshotsholoza, plantea ya discusión: Unos dicen que la palabra no tiene en realidad significado particular, y es una onomatopeya que quiere imitar el ruido del tren andando desde o hacia las minas de oro llevando a los mineros emigrantes.
Otros le dan el significado de “ir rápido” (zulú), o “avanzar”.
Pero las versiones con las que yo me quedo son las de “todos a una”, “todos a la vez”, o la de “vamos despacio pero llegaremos lejos”, dadas en zonas rurales o por cuadrillas de trabajadores.
De origen incierto, una posible explicación es que surgió durante la época colonial, en las cuadrillas de trabajadores haciendo tareas pesadas en las que había que aunar esfuerzos, –todos a una –, llevando a brazo raíles de tren, trabajando en las minas de oro de Johannesburgo, o construyendo carreteras, basándose en mano de obra masiva con muy poca maquinaria.
Parece que la canción es de origen Ndebele (Rhodesia, actual Zimbabwe), y se extendió y popularizó en las minas por toda Sudáfrica.
Hoy en día la cantamos en diversas ocasiones: Al final de cualquier celebración o fiesta a modo de despedida “todos a una”, trabajando, para entretener un viaje, etc. La última vez que la he oído en vivo y en directo ha sido hace unos días a la cuadrilla de 6 trabajadores que clavaban un largo poste de madera frente a mi casa, y para llevar el ritmo de golpeteo del suelo para hacer el profundo agujero con pesadas barras, cantaban shosholoza.
Se canta también en celebraciones deportivas, y en Sudáfrica se ha convertido prácticamente en un segundo himno nacional.
Existen varias versiones de letras, siendo la más extendida la que habla de un tren de vapor (“stimela” se puede considerar una adaptación a las lenguas locales de “steam train”) que va o viene, unas montañas que se alejan, alguien que se va…
A mí particularmente me encanta esta canción, a pesar de que en sus orígenes no fue en absoluto alegre.
De las tres versiones que dejo, quizás me quedo con la última.
El significado del título de la canción, shosholoza o también tshotsholoza, plantea ya discusión: Unos dicen que la palabra no tiene en realidad significado particular, y es una onomatopeya que quiere imitar el ruido del tren andando desde o hacia las minas de oro llevando a los mineros emigrantes.
Otros le dan el significado de “ir rápido” (zulú), o “avanzar”.
Pero las versiones con las que yo me quedo son las de “todos a una”, “todos a la vez”, o la de “vamos despacio pero llegaremos lejos”, dadas en zonas rurales o por cuadrillas de trabajadores.
De origen incierto, una posible explicación es que surgió durante la época colonial, en las cuadrillas de trabajadores haciendo tareas pesadas en las que había que aunar esfuerzos, –todos a una –, llevando a brazo raíles de tren, trabajando en las minas de oro de Johannesburgo, o construyendo carreteras, basándose en mano de obra masiva con muy poca maquinaria.
Parece que la canción es de origen Ndebele (Rhodesia, actual Zimbabwe), y se extendió y popularizó en las minas por toda Sudáfrica.
Hoy en día la cantamos en diversas ocasiones: Al final de cualquier celebración o fiesta a modo de despedida “todos a una”, trabajando, para entretener un viaje, etc. La última vez que la he oído en vivo y en directo ha sido hace unos días a la cuadrilla de 6 trabajadores que clavaban un largo poste de madera frente a mi casa, y para llevar el ritmo de golpeteo del suelo para hacer el profundo agujero con pesadas barras, cantaban shosholoza.
Se canta también en celebraciones deportivas, y en Sudáfrica se ha convertido prácticamente en un segundo himno nacional.
Existen varias versiones de letras, siendo la más extendida la que habla de un tren de vapor (“stimela” se puede considerar una adaptación a las lenguas locales de “steam train”) que va o viene, unas montañas que se alejan, alguien que se va…
A mí particularmente me encanta esta canción, a pesar de que en sus orígenes no fue en absoluto alegre.
De las tres versiones que dejo, quizás me quedo con la última.
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martes, 23 de agosto de 2011
Esos curiosos animales; los humanos II.
Pienso que mirarnos al espejo y reírnos un poquito es sano, así que esta es una sección en la que pretendo contar anécdotas, cosas chocantes y curiosas (al menos para mí) que me ocurren o he visto en el día a día de mi trabajo con visitantes, turistas y viajeros. Pretendo contarlas desde un punto de vista jocoso y de buen humor, sin ningún ánimo de ofender ni herir a nadie, y sabiendo y respetando que cada quién es cada cual.
Te presto mi piel.
Bongani y yo llevamos unos cuantos años trabajando juntos. La mejor descripción que se puede dar de él es la de su buen humor; vive con una sonrisa permanente instalada en el rostro; le miras por un lado y sonríe; por el otro lo mismo; te alejas y sigue sonriendo; se vuelve y sonríe; anda y sonríe. Además, también puede uno fijarse en que tienen 35 años, es delgado y tirando a bajo, y tremendamente fuerte y nervudo, sin un átomo de grasa en su cuerpo. Sus bromas con los clientes son frecuentes, y sus respuestas muchas veces sorprendentes. En una ocasión me preguntó sobre el color de la piel; ¿Por qué él era negro y yo blanco? Le dije, entre otras cosas, que la gran cantidad de melanina en su piel es la responsable de su color, y que sin embargo en la mía hay mucha menos, y de ahí mi color pálido; Le comenté también que los negros, gracias a la gran cantidad de melanina en su piel, están mejor protegidos de los rayos solares que la gente de piel blanca, y aguantan más tiempo bajo el sol sin quemarse.
Una mañana, antes de salir de safari con unas chicas holandesas recién llegadas a Africa, con pieles muy blancas, estaba haciendo repaso de vestimenta y material. Y al llegar al apartado protección del sol, me responden que ni tienen crema para el sol ni tampoco gorro. Bongani pasaba cerca en ese momento, y las miró sonriendo diciéndoles convencido que si querían les podía prestar su piel. Los dos comenzamos a reír a carcajadas con la idea, pero las chicas, que no estaban “en el ajo”, sólo acertaban a mirarnos sorprendidas sin saber que decir; hasta que les mencioné la melanina, ante lo cual se unieron a nuestras carcajadas.
Elefantes con toma USB.
Un guía Swazi con muchos años de experiencia a sus espaldas, me dijo: Acabaremos por poner tomas USB a los animales, de forma que se conecten a un árbol y nos tengan permanentemente informados de donde andan.
El ir de safari en Africa no garantiza que uno vaya a ver los animales que espera; Ni siquiera que vaya a ver alguno.
Esto no es un zoo.
Nos esforzamos porque la gente vea bichos, y he de decir que lo normal es que la gente se vaya contenta, lo creo de verdad.
Pero a veces los animales, o algún animal en concreto, deciden no aparecer, y sólo a veces también, algunos visitantes no lo entienden o no quieren entenderlo. Han venido a Africa a pasar unos días, y pagan dinero por el viaje y por el safari, y quieren ver lo que han venido a ver. Por mucho que se les explique que esto no es un zoo, no están dispuestos a marcharse sin la foto del animal que quieren, casi siempre mamíferos. A veces llegan a enfadarse incluso.
¿Acabaremos poniendo a los elefantes una toma USB para que los visitantes queden siempre contentos?
Te presto mi piel.
Bongani y yo llevamos unos cuantos años trabajando juntos. La mejor descripción que se puede dar de él es la de su buen humor; vive con una sonrisa permanente instalada en el rostro; le miras por un lado y sonríe; por el otro lo mismo; te alejas y sigue sonriendo; se vuelve y sonríe; anda y sonríe. Además, también puede uno fijarse en que tienen 35 años, es delgado y tirando a bajo, y tremendamente fuerte y nervudo, sin un átomo de grasa en su cuerpo. Sus bromas con los clientes son frecuentes, y sus respuestas muchas veces sorprendentes. En una ocasión me preguntó sobre el color de la piel; ¿Por qué él era negro y yo blanco? Le dije, entre otras cosas, que la gran cantidad de melanina en su piel es la responsable de su color, y que sin embargo en la mía hay mucha menos, y de ahí mi color pálido; Le comenté también que los negros, gracias a la gran cantidad de melanina en su piel, están mejor protegidos de los rayos solares que la gente de piel blanca, y aguantan más tiempo bajo el sol sin quemarse.
Una mañana, antes de salir de safari con unas chicas holandesas recién llegadas a Africa, con pieles muy blancas, estaba haciendo repaso de vestimenta y material. Y al llegar al apartado protección del sol, me responden que ni tienen crema para el sol ni tampoco gorro. Bongani pasaba cerca en ese momento, y las miró sonriendo diciéndoles convencido que si querían les podía prestar su piel. Los dos comenzamos a reír a carcajadas con la idea, pero las chicas, que no estaban “en el ajo”, sólo acertaban a mirarnos sorprendidas sin saber que decir; hasta que les mencioné la melanina, ante lo cual se unieron a nuestras carcajadas.
Elefantes con toma USB.
Un guía Swazi con muchos años de experiencia a sus espaldas, me dijo: Acabaremos por poner tomas USB a los animales, de forma que se conecten a un árbol y nos tengan permanentemente informados de donde andan.
El ir de safari en Africa no garantiza que uno vaya a ver los animales que espera; Ni siquiera que vaya a ver alguno.
Esto no es un zoo.
Nos esforzamos porque la gente vea bichos, y he de decir que lo normal es que la gente se vaya contenta, lo creo de verdad.
Pero a veces los animales, o algún animal en concreto, deciden no aparecer, y sólo a veces también, algunos visitantes no lo entienden o no quieren entenderlo. Han venido a Africa a pasar unos días, y pagan dinero por el viaje y por el safari, y quieren ver lo que han venido a ver. Por mucho que se les explique que esto no es un zoo, no están dispuestos a marcharse sin la foto del animal que quieren, casi siempre mamíferos. A veces llegan a enfadarse incluso.
¿Acabaremos poniendo a los elefantes una toma USB para que los visitantes queden siempre contentos?
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domingo, 7 de agosto de 2011
Umhlanga.
Si estás interesado en conocer el contenido completo de este artículo, te ruego que contactes directamente conmigo. Gracias.
Reed dance.
Danza de las cañas.
Reed dance.
Danza de las cañas.
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viernes, 1 de abril de 2011
Esos curiosos animales; los humanos I.
Pienso que mirarnos al espejo y reírnos un poquito es sano, así que esta va a ser una sección en la que pretendo contar anécdotas, cosas chocantes y curiosas (al menos para mí) que me ocurren o he visto en el día a día de mi trabajo con visitantes, turistas y viajeros. Pretendo contarlas desde un punto de vista jocoso y de buen humor, sin ningún ánimo de ofender ni herir a nadie, y sabiendo y respetando que cada quién es cada cual.
Baños en la selva.
Uno de los safaris que más hago consiste en un paseo andando en un parque cercano que ocupa todo el día. En ocasiones, hay personas que, por la razón que sea, parece que la única brizna de hierba por la que han tenido oportunidad de andar es la de algún parterre de la ciudad en la que viven, así que la situación en la que se sienten al bajarse del coche y decirles que caminaremos por la sabana, bosque y montañas durante las próximas seis horas, les hace plantearse “necesidades” y “carencias” en las que no habían caído, dando lugar a veces a situaciones hilarantes.
Al cabo de una hora andando, alguien me pide baño; Le digo que detrás de cualquier árbol, y me mira con estupor. Bien, no hay problema, le explico, voy a asegurarme de que alrededor de ese árbol no hay nada; limpio un poco las hojas en el suelo, golpeo y remuevo los alrededores con un palo, y le digo que me alejo unos metros pero que estaré vigilante, que no se preocupe. Me sigue mirando con estupor. Remuevo y pateo un poco los arbustos de los alrededores, para demostrarle que no hay nada, pero sigue sin moverse. Hago la misma operación en un árbol más grande, pero sigue igual. Me paro sin saber que hacer y entonces me comenta muy seria que si no hay baños, baños de verdad, por las cercanías, que no le importa esperar diez minutos. Le digo que no, no los hay, el más cercano es el del campamento que dejamos hace una hora. Me contesta airada que debería haber baños cada cierto trecho, y que se niega a seguir; Así que volvemos al campamento principal y el safari se da por terminado.
No me gusta llevar trastos inútiles en la mochila, sólo lo realmente esencial, pero desde entonces he añadido un baño portátil hinchable a mi equipo de campo.
La naturaleza “salvaje” pasa por mi puerta.
Desde la amplia terraza del lugar donde vivo se divisa ampliamente todo el jardín y la verja de entrada. Ha ocurrido en varias ocasiones que alguien sentado plácidamente en la terraza, se ha levantado repentinamente, y echando mano a la cámara de fotos, ha salido corriendo hacia la verja al grito de “¡ñus, una manada de ñus pasa por la puerta!” . A la vuelta, a veces me da un poco de pena decirle que bueno, lo dejamos en “manada” si quiere, pero eran simples vacas, no por ello menos fotogénicas eso sí. ¿Vacas, estás seguro de que eran vacas?. Bueno, sí, la verdad, “bastante” seguro, y mañana podrá sacar más fotos dado que suelen pasar todos los días.
Alguna vez he pensado en pintarle rayas a uno de mis perros, grandotona ella, a ver si cuela como cebra.
Baños en la selva.
Uno de los safaris que más hago consiste en un paseo andando en un parque cercano que ocupa todo el día. En ocasiones, hay personas que, por la razón que sea, parece que la única brizna de hierba por la que han tenido oportunidad de andar es la de algún parterre de la ciudad en la que viven, así que la situación en la que se sienten al bajarse del coche y decirles que caminaremos por la sabana, bosque y montañas durante las próximas seis horas, les hace plantearse “necesidades” y “carencias” en las que no habían caído, dando lugar a veces a situaciones hilarantes.
Al cabo de una hora andando, alguien me pide baño; Le digo que detrás de cualquier árbol, y me mira con estupor. Bien, no hay problema, le explico, voy a asegurarme de que alrededor de ese árbol no hay nada; limpio un poco las hojas en el suelo, golpeo y remuevo los alrededores con un palo, y le digo que me alejo unos metros pero que estaré vigilante, que no se preocupe. Me sigue mirando con estupor. Remuevo y pateo un poco los arbustos de los alrededores, para demostrarle que no hay nada, pero sigue sin moverse. Hago la misma operación en un árbol más grande, pero sigue igual. Me paro sin saber que hacer y entonces me comenta muy seria que si no hay baños, baños de verdad, por las cercanías, que no le importa esperar diez minutos. Le digo que no, no los hay, el más cercano es el del campamento que dejamos hace una hora. Me contesta airada que debería haber baños cada cierto trecho, y que se niega a seguir; Así que volvemos al campamento principal y el safari se da por terminado.
No me gusta llevar trastos inútiles en la mochila, sólo lo realmente esencial, pero desde entonces he añadido un baño portátil hinchable a mi equipo de campo.
La naturaleza “salvaje” pasa por mi puerta.
Desde la amplia terraza del lugar donde vivo se divisa ampliamente todo el jardín y la verja de entrada. Ha ocurrido en varias ocasiones que alguien sentado plácidamente en la terraza, se ha levantado repentinamente, y echando mano a la cámara de fotos, ha salido corriendo hacia la verja al grito de “¡ñus, una manada de ñus pasa por la puerta!” . A la vuelta, a veces me da un poco de pena decirle que bueno, lo dejamos en “manada” si quiere, pero eran simples vacas, no por ello menos fotogénicas eso sí. ¿Vacas, estás seguro de que eran vacas?. Bueno, sí, la verdad, “bastante” seguro, y mañana podrá sacar más fotos dado que suelen pasar todos los días.
Alguna vez he pensado en pintarle rayas a uno de mis perros, grandotona ella, a ver si cuela como cebra.
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domingo, 6 de marzo de 2011
Bhuphuphu.
Las abubillas son otras visitantes asiduas de mi jardín. Siempre me han parecido pájaros especialmente bonitos, a pesar de no tener esos colores brillantes que se ven en abejarucos o martines pescadores tan abundantes por aquí, y sobre todo con un aspecto gracioso.
Se las ve a menudo por las mañanas, deambulando por el jardín de un lado a otro, con un gracioso aspecto atareado, picoteando y escarbando el suelo con el pico en busca de insectos y larvas.
De un color canela-óxido-pardusco-naranjoso, las hembras suelen tener el pecho algo sonrosado, alas y cola negras con listas blancas, pico largo, fino y curvado hacia abajo, patas fuertes, y una cresta grande y eréctil terminada en puntas blancas y negras muy característica, que casi siempre llevan replegada hacia atrás y abren y estiran en forma de abanico tanto en vuelo como cuando están asustadas o excitadas por algún motivo.
Tiene un vuelo muy característico, errante, con bruscos cambios de dirección, que guarda un cierto parecido al de las mariposas.
Su nombre científico, upupa epops, y el nombre que se le da en siSwati, bhuphuphu, recuerdan de alguna forma al bub bub bub aflautad de su llamada, además de tener un curioso parecido entre sí (upupa – bhuphuphu).
En la región de Murcia (España) se la conoce con el curioso nombre de parputa, dato aportado por el amigo Julián de Ritmo Rancio.
Es también conocida como pájaro pestoso, pestífero, pestilente… debido al terrible mal olor que emana de sus lugares de nidificación, que puede ser un hueco en prácticamente cualquier parte, - árboles, madera podrida, muros, rocas, montones de piedras – y acondicionado ligeramente con algunas hojas y ramitas. Se le tiene por pájaro sucio pensando en que no limpia su nido, pero el mal olor se debe más bien a las emisiones líquidas que expulsan con fines defensivos de su glándula uropigial, situada en la base de la cola. La acumulación de heces junto con el liquido defensivo en el nido, hace que sean muy fácilmente localizables, pero difícilmente “acercables” para los predadores, a no ser que sufran de falta de olfato (anosmia me acabo de enterar) o utilicen máscara antigás.
El “pestazo” (algo así como carne totalmente podrida) es espectacular.
Habita en Africa, Europa y Asia y se distinguen entre 7 y 9 subespecies según autores. Mis fotos muestran a la abubilla africana, de un tamaño como una paloma pequeña, unos 27 cm.
Debido a la mala calidad de mis fotos, pongo también las dos que siguen sacadas de la wiki, para mostrar el curioso aspecto de la abubilla con la cresta abierta y una pose sobre una roca.
Imagen de Luc Viatou Imagen de Arturo Nikolai
En muchas partes de Africa se le atribuyen propiedades curativas.
Y para terminar, música de Africa occidental, con el arpa-laúd llamada kora interpretada por el conocido y virtuoso músico de Mali.
Se las ve a menudo por las mañanas, deambulando por el jardín de un lado a otro, con un gracioso aspecto atareado, picoteando y escarbando el suelo con el pico en busca de insectos y larvas.
De un color canela-óxido-pardusco-naranjoso, las hembras suelen tener el pecho algo sonrosado, alas y cola negras con listas blancas, pico largo, fino y curvado hacia abajo, patas fuertes, y una cresta grande y eréctil terminada en puntas blancas y negras muy característica, que casi siempre llevan replegada hacia atrás y abren y estiran en forma de abanico tanto en vuelo como cuando están asustadas o excitadas por algún motivo.
Tiene un vuelo muy característico, errante, con bruscos cambios de dirección, que guarda un cierto parecido al de las mariposas.
Su nombre científico, upupa epops, y el nombre que se le da en siSwati, bhuphuphu, recuerdan de alguna forma al bub bub bub aflautad de su llamada, además de tener un curioso parecido entre sí (upupa – bhuphuphu).
En la región de Murcia (España) se la conoce con el curioso nombre de parputa, dato aportado por el amigo Julián de Ritmo Rancio.
Es también conocida como pájaro pestoso, pestífero, pestilente… debido al terrible mal olor que emana de sus lugares de nidificación, que puede ser un hueco en prácticamente cualquier parte, - árboles, madera podrida, muros, rocas, montones de piedras – y acondicionado ligeramente con algunas hojas y ramitas. Se le tiene por pájaro sucio pensando en que no limpia su nido, pero el mal olor se debe más bien a las emisiones líquidas que expulsan con fines defensivos de su glándula uropigial, situada en la base de la cola. La acumulación de heces junto con el liquido defensivo en el nido, hace que sean muy fácilmente localizables, pero difícilmente “acercables” para los predadores, a no ser que sufran de falta de olfato (anosmia me acabo de enterar) o utilicen máscara antigás.
El “pestazo” (algo así como carne totalmente podrida) es espectacular.
Habita en Africa, Europa y Asia y se distinguen entre 7 y 9 subespecies según autores. Mis fotos muestran a la abubilla africana, de un tamaño como una paloma pequeña, unos 27 cm.
Debido a la mala calidad de mis fotos, pongo también las dos que siguen sacadas de la wiki, para mostrar el curioso aspecto de la abubilla con la cresta abierta y una pose sobre una roca.
Imagen de Luc Viatou Imagen de Arturo Nikolai
En muchas partes de Africa se le atribuyen propiedades curativas.
Y para terminar, música de Africa occidental, con el arpa-laúd llamada kora interpretada por el conocido y virtuoso músico de Mali.
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jueves, 20 de enero de 2011
El silencio del viento.
Zanele significa “suficiente” en siSwati; La mayoría de los nombres propios de persona swazis tienen un significado, y éste es un nombre bastante común que se pone a los niños (Sanele) y niñas (Zanele) cuando no se quieren tener más hijos (y funciona).
Mi amiga Zanele era alta y delgada, guapetona de cara, algo desgarbada en sus andares, de cuello fino y largo, y sonrisa permanente bajo sus grandes ojos de mirada algo picara y algo ingenua. Trabajaba en un parque nacional al que suelo ir a hacer safaris con clientes; al llegar al campamento principal, Zanele siempre venía con su amplia sonrisa, dando saltos sobre la tarima de madera del restaurante, y me abrazaba de forma efusiva dejándome siempre una extraña sensación de ridículo ante la comparación de su alta estatura y la mía más bien lo contrario. Vivía con su marido en una pequeña casita de barro y palos, con techo de uralita, de dos habitaciones, y no más de 15 metros cuadrados en total.
Zanele era una persona alegre por naturaleza, siempre positiva incluso ante las adversidades, por las que procuraba pasar de refilón, y seguir adelante con la mejor de sus sonrisas. Era persona profundamente religiosa, y en más de una ocasión me enseñó con orgullo su biblia, ajada y llena de marcas, subrayados y cuidadosos escritos de letra pequeña y apretada en los estrechos márgenes de las finísimas hojas. Más de una vez me arrastró a su iglesia, en sus intentos (infructuosos todo hay que decirlo) por “convertirme”, a uno de esos servicios interminables en los que uno disfruta del mejor góspel que jamás pueda oírse.
Zanele tuvo la desgracia de casarse con alguien que la maltrataba, la engañaba, la mandaba a trabajar descalza (seis kilómetros andando) porque “no vale la pena gastar en zapatos para alguien que no puede tener hijos”, etc. Zanele deseaba con todas sus fuerzas tener descendencia, pero por alguna causa, nunca se quedó embarazada.
A pesar de ello, Zanele no perdía su sonrisa.
Zanele empezó a adelgazar más todavía y ponerse enferma a menudo. Su marido no se ocupaba de ella, así que una de sus hermanas la acogió en su casa. A todos nos rondaba la misma idea en la cabeza, pero nadie se atrevía a ser el primero en decirlo - Swazilandia es el país con mayor porcentaje de población enferma de sida del mundo, algunos estudios hablan del 45% - . Cada vez estaba más débil, en la clínica pensaron en tuberculosis. Se le hicieron pruebas, y todas dieron negativas. Hizo un viaje a un hospital lejano, que tiene fama de bueno (dentro de lo que hay disponible) por aquí, para que le hicieran más pruebas, y en el camino le robaron todo el dinero que llevaba; Las fuerzas empezaban a abandonarle y su mente a fallar. Poco a poco, hablando con ella, sus amigos más allegados conseguimos convencerla para que se hiciera las pruebas del sida. Tras largas colas bajo el sol ardiente, Zanele se hizo las pruebas, y al cabo de una semana fuimos a por el resultado. Escondido tras ella con la enfermera enfrente, se me saltaron las lágrimas al saberlo; Nadie nos queríamos creer que la inocente Zanele, siempre dispuesta, alegre y sonriente, nos fuera a ser arrebatada de esa forma. A pesar de que en este país la mayor parte de positivos están abocados a morir en no demasiado tiempo debido a un cúmulo de penosas circunstancias, nadie se dio por vencido. En el hospital del gobierno le prescribieron tratamiento con antirretrovirales, unos de un tipo nuevo que había llegado hacía poco tiempo en grandes cantidades. La convencimos, yo el primero, de que debía tomar antirretrovirales, que la enfermedad no estaba todavía demasiado avanzada, que los que estábamos, estábamos para todo, y la seguiríamos llevando en brazos si continuaba necesitándolo.
Zanele tenía miedo de empezar el tratamiento con los antirretrovirales, así que después de pasar unos días en el hospital bastante enferma, tan débil que la tuve que bajar en brazos para hacerse unas placas de rayos (por fin estaba arreglada la máquina), volvió a casa de su hermana, y allí, más arropada, empezó con el tratamiento. Le sentaban bastante mal, pero todos la animábamos para que siguiera. A los pocos días se puso muy enferma, vomitando y diciendo cosas incongruentes. De camino al hospital, dejó de estar con nosotros; Empezó a hablar con Mvelinchanti (ser supremo de la religión Swazi), y no respondía ni hacía caso a ningún estímulo exterior. Hablaba tranquilamente y en voz alta con Mvelinchanti. Apreté el acelerador, mientras otra amiga me decía que no tenía sentido correr ya; Muchos Swazis saben cuándo van a morir, y desconectan de lo que les rodea de esta forma. Esto me hizo apretar el acelerador más todavía, a lo que mi amiga reaccionó diciendo que no había nada que hacer, que lo único que conseguiría era tener un accidente, y Zanele se iba a morir de todas formas.
De nuevo estuvo hospitalizada una semana, al cabo de la cual la mandaron a casa de nuevo diciendo que no dejara los antirretrovirales por nada. A los 3 días me llamó su hermana muy asustada, diciéndome que A Zanele se le habían puesto las manos blancas. Al llegar a su casa y viendo que las tenía amarillas, como la cara, temí algo de hígado, así que la envolvimos en una manta y corrimos de nuevo al hospital.
En un extraño sueño, veo a las dos hermanas de Zanele, con las que me une una buena amistad, andar bajo el primer sol mañanero los 4 kilómetros que separaban mi casa de la carretera principal. Vienen por el camino con semblante serio, sin hablar, mirando al frente, algo sofocadas caminando una junto a otra.
Unos cuidadosos golpes en la puerta me sobresaltan, y no quiero abrir. En efecto, al cabo de tres días ingresada, Zanele ha muerto en un sucio y maloliente hospital. Su madre, que lleva muchas noches y muchos días de continuos cuidados a sus espaldas, durmiendo en el frío suelo, no puede más.
Nada más despuntar el sol, me invitan a acudir de nuevo a ver el cadáver de mi amiga. Abrimos el féretro, y todos podemos comprobar que es el cuerpo de Zanele. Atornillamos la tapa, y nos dirigimos a la tumba que ha sido excavada durante la noche en un lugar poco importante del kraal familiar (del marido), bastante alejado del corral (lugar más sagrado). Hace mucho frío. Después de toda la noche cantando góspel, ahora llega el turno de un par de canciones tradicionales para la ocasión. Canciones preciosas, nada tristes, calmantes, serenas. Aunque el sol ya ha terminado de salir, tiritamos cantando con los cuellos de los abrigos subidos intentando tapar las orejas, mientras el viento frío golpea la cara. El féretro permanece en el suelo cubierto con una colorida manta. Las canciones tradicionales acaban de alguna forma serenando el ánimo, y me fijo en el precioso paisaje de montañas que nos rodea. Al terminar, Zanele es enterrada con sus pertenencias personales, esterilla de dormir, plato y cubiertos, paraguas, y neceser. Su madre pone las piedras principales y más grandes señalando la cabecera, y luego poco a poco todos vamos añadiendo otras por turno hasta terminar de hacer un óvalo que delimita y marca el lugar de la tumba.
De vuelta, nos lavamos las manos en el barreño dispuesto para ello, y volvemos a nuestras respectivas casas. Las manos grandes y sarmentosas de gogo Gwebu, madre de Zanele, me cogen las mías y su mirada se clava en mis ojos. No dice nada, le gustaría tener respuestas. En otra ocasión me comentó que mandan a sus hijos a estudiar, a trabajar a la ciudad, porque en el campo su único futuro es ser pobres como ella; y vuelven enfermos y mueren, y quiere saber que es esa extraña enfermedad que los mata tan jóvenes. Ella afirma que antes esa enfermedad no existía.
Al cabo de unos meses, leo en el periódico que se están retirando rápidamente todos los antirretrovirales. Eran un tipo nuevo, todavía en estudio, y se ha visto que solo se pueden dar en circunstancias muy determinadas, cuando el paciente está todavía en unas muy buenas condiciones de salud, con muy buena alimentación y fuerte, cosa que en muchos lugares de Africa es una broma de mal gusto. En los meses que los antirretrovirales han estado en la calle, en fase de “prueba”, dicen las enfermeras que han muerto unos cuanto miles de Swazis.
Zanele ya no me recibe en el parque dando saltos y abrazándome desde su apreciable altura. Nunca más disfrutaré su sonrisa, sus pacientes correcciones idiomáticas, su chachareo.
La pregunta golpea mis sienes:
¿Quién
mató
a Zanele?
Al grito de lamento, amargo, ronco, roto, triste, desolado, largo, interminable, sólo le responde el silencio.
Mi amiga Zanele era alta y delgada, guapetona de cara, algo desgarbada en sus andares, de cuello fino y largo, y sonrisa permanente bajo sus grandes ojos de mirada algo picara y algo ingenua. Trabajaba en un parque nacional al que suelo ir a hacer safaris con clientes; al llegar al campamento principal, Zanele siempre venía con su amplia sonrisa, dando saltos sobre la tarima de madera del restaurante, y me abrazaba de forma efusiva dejándome siempre una extraña sensación de ridículo ante la comparación de su alta estatura y la mía más bien lo contrario. Vivía con su marido en una pequeña casita de barro y palos, con techo de uralita, de dos habitaciones, y no más de 15 metros cuadrados en total.
Zanele era una persona alegre por naturaleza, siempre positiva incluso ante las adversidades, por las que procuraba pasar de refilón, y seguir adelante con la mejor de sus sonrisas. Era persona profundamente religiosa, y en más de una ocasión me enseñó con orgullo su biblia, ajada y llena de marcas, subrayados y cuidadosos escritos de letra pequeña y apretada en los estrechos márgenes de las finísimas hojas. Más de una vez me arrastró a su iglesia, en sus intentos (infructuosos todo hay que decirlo) por “convertirme”, a uno de esos servicios interminables en los que uno disfruta del mejor góspel que jamás pueda oírse.
Zanele tuvo la desgracia de casarse con alguien que la maltrataba, la engañaba, la mandaba a trabajar descalza (seis kilómetros andando) porque “no vale la pena gastar en zapatos para alguien que no puede tener hijos”, etc. Zanele deseaba con todas sus fuerzas tener descendencia, pero por alguna causa, nunca se quedó embarazada.
A pesar de ello, Zanele no perdía su sonrisa.
Zanele empezó a adelgazar más todavía y ponerse enferma a menudo. Su marido no se ocupaba de ella, así que una de sus hermanas la acogió en su casa. A todos nos rondaba la misma idea en la cabeza, pero nadie se atrevía a ser el primero en decirlo - Swazilandia es el país con mayor porcentaje de población enferma de sida del mundo, algunos estudios hablan del 45% - . Cada vez estaba más débil, en la clínica pensaron en tuberculosis. Se le hicieron pruebas, y todas dieron negativas. Hizo un viaje a un hospital lejano, que tiene fama de bueno (dentro de lo que hay disponible) por aquí, para que le hicieran más pruebas, y en el camino le robaron todo el dinero que llevaba; Las fuerzas empezaban a abandonarle y su mente a fallar. Poco a poco, hablando con ella, sus amigos más allegados conseguimos convencerla para que se hiciera las pruebas del sida. Tras largas colas bajo el sol ardiente, Zanele se hizo las pruebas, y al cabo de una semana fuimos a por el resultado. Escondido tras ella con la enfermera enfrente, se me saltaron las lágrimas al saberlo; Nadie nos queríamos creer que la inocente Zanele, siempre dispuesta, alegre y sonriente, nos fuera a ser arrebatada de esa forma. A pesar de que en este país la mayor parte de positivos están abocados a morir en no demasiado tiempo debido a un cúmulo de penosas circunstancias, nadie se dio por vencido. En el hospital del gobierno le prescribieron tratamiento con antirretrovirales, unos de un tipo nuevo que había llegado hacía poco tiempo en grandes cantidades. La convencimos, yo el primero, de que debía tomar antirretrovirales, que la enfermedad no estaba todavía demasiado avanzada, que los que estábamos, estábamos para todo, y la seguiríamos llevando en brazos si continuaba necesitándolo.
Zanele tenía miedo de empezar el tratamiento con los antirretrovirales, así que después de pasar unos días en el hospital bastante enferma, tan débil que la tuve que bajar en brazos para hacerse unas placas de rayos (por fin estaba arreglada la máquina), volvió a casa de su hermana, y allí, más arropada, empezó con el tratamiento. Le sentaban bastante mal, pero todos la animábamos para que siguiera. A los pocos días se puso muy enferma, vomitando y diciendo cosas incongruentes. De camino al hospital, dejó de estar con nosotros; Empezó a hablar con Mvelinchanti (ser supremo de la religión Swazi), y no respondía ni hacía caso a ningún estímulo exterior. Hablaba tranquilamente y en voz alta con Mvelinchanti. Apreté el acelerador, mientras otra amiga me decía que no tenía sentido correr ya; Muchos Swazis saben cuándo van a morir, y desconectan de lo que les rodea de esta forma. Esto me hizo apretar el acelerador más todavía, a lo que mi amiga reaccionó diciendo que no había nada que hacer, que lo único que conseguiría era tener un accidente, y Zanele se iba a morir de todas formas.
De nuevo estuvo hospitalizada una semana, al cabo de la cual la mandaron a casa de nuevo diciendo que no dejara los antirretrovirales por nada. A los 3 días me llamó su hermana muy asustada, diciéndome que A Zanele se le habían puesto las manos blancas. Al llegar a su casa y viendo que las tenía amarillas, como la cara, temí algo de hígado, así que la envolvimos en una manta y corrimos de nuevo al hospital.
* * *
En un extraño sueño, veo a las dos hermanas de Zanele, con las que me une una buena amistad, andar bajo el primer sol mañanero los 4 kilómetros que separaban mi casa de la carretera principal. Vienen por el camino con semblante serio, sin hablar, mirando al frente, algo sofocadas caminando una junto a otra.
Unos cuidadosos golpes en la puerta me sobresaltan, y no quiero abrir. En efecto, al cabo de tres días ingresada, Zanele ha muerto en un sucio y maloliente hospital. Su madre, que lleva muchas noches y muchos días de continuos cuidados a sus espaldas, durmiendo en el frío suelo, no puede más.
* * *
Nada más despuntar el sol, me invitan a acudir de nuevo a ver el cadáver de mi amiga. Abrimos el féretro, y todos podemos comprobar que es el cuerpo de Zanele. Atornillamos la tapa, y nos dirigimos a la tumba que ha sido excavada durante la noche en un lugar poco importante del kraal familiar (del marido), bastante alejado del corral (lugar más sagrado). Hace mucho frío. Después de toda la noche cantando góspel, ahora llega el turno de un par de canciones tradicionales para la ocasión. Canciones preciosas, nada tristes, calmantes, serenas. Aunque el sol ya ha terminado de salir, tiritamos cantando con los cuellos de los abrigos subidos intentando tapar las orejas, mientras el viento frío golpea la cara. El féretro permanece en el suelo cubierto con una colorida manta. Las canciones tradicionales acaban de alguna forma serenando el ánimo, y me fijo en el precioso paisaje de montañas que nos rodea. Al terminar, Zanele es enterrada con sus pertenencias personales, esterilla de dormir, plato y cubiertos, paraguas, y neceser. Su madre pone las piedras principales y más grandes señalando la cabecera, y luego poco a poco todos vamos añadiendo otras por turno hasta terminar de hacer un óvalo que delimita y marca el lugar de la tumba.
De vuelta, nos lavamos las manos en el barreño dispuesto para ello, y volvemos a nuestras respectivas casas. Las manos grandes y sarmentosas de gogo Gwebu, madre de Zanele, me cogen las mías y su mirada se clava en mis ojos. No dice nada, le gustaría tener respuestas. En otra ocasión me comentó que mandan a sus hijos a estudiar, a trabajar a la ciudad, porque en el campo su único futuro es ser pobres como ella; y vuelven enfermos y mueren, y quiere saber que es esa extraña enfermedad que los mata tan jóvenes. Ella afirma que antes esa enfermedad no existía.
* * *
Al cabo de unos meses, leo en el periódico que se están retirando rápidamente todos los antirretrovirales. Eran un tipo nuevo, todavía en estudio, y se ha visto que solo se pueden dar en circunstancias muy determinadas, cuando el paciente está todavía en unas muy buenas condiciones de salud, con muy buena alimentación y fuerte, cosa que en muchos lugares de Africa es una broma de mal gusto. En los meses que los antirretrovirales han estado en la calle, en fase de “prueba”, dicen las enfermeras que han muerto unos cuanto miles de Swazis.
Zanele ya no me recibe en el parque dando saltos y abrazándome desde su apreciable altura. Nunca más disfrutaré su sonrisa, sus pacientes correcciones idiomáticas, su chachareo.
La pregunta golpea mis sienes:
¿Quién
mató
a Zanele?
Al grito de lamento, amargo, ronco, roto, triste, desolado, largo, interminable, sólo le responde el silencio.
del viento.
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