El comentario de Lázaro en la entrada anterior me trae a la memoria una anécdota en la vida del legendario elefante Hapoor, que creo merece una entrada por sí sola.
Vivió a mediados del siglo pasado, y era un macho dominante al que de joven, un cazador hirió en la oreja izquierda; En el momento del disparo la superficie de la oreja estaba en línea con la trayectoria de la bala -el proyectil la recorrió desde el centro hasta el extremo-, causando un gran desgarro que dejó la mitad de la oreja dividida en dos. Este hecho marcó a Hapoor el resto de su vida; No olvidaría nunca que esos seres de dos patas pueden llegar a hacer mucho daño, incluso a distancia.
Hapoor se convirtió en el macho dominante de la manada por más de veinte años, y sus relaciones con los humanos fueron siempre problemáticas, haciendo huir en muchas ocasiones a rangers, trabajadores y visitantes del parque donde vivía.
De la historia de Hapoor quiero resaltar un hecho muy concreto, que creo se puede tomar como indicativo de muchas cosas, y es donde entra el comentario de Lázaro, sobre ciertas características (por ejemplo solidaridad?) que a veces nos atribuimos a nosotros mismos como peculiaridad única del género humano; En este caso, solidaridad como ayuda para la supervivencia al principio, y luego llevada hasta extremos inesperados…
En cierta ocasión, siendo ya Hapoor jefe de la manada, a una elefanta le salió un tumor cuyo tratamiento pasaba por la extirpación. Al ser la elefanta dardeada con anestésico, automáticamente, la manada entera liderada por Hapoor comenzó a correr, huyendo de los humanos.
El anestésico empezó a hacer su efecto, la elefanta se quedaba retrasada, y conforme las patas empezaron a flaquearle, Hapoor y otro miembro de la manada se pusieron uno a cada lado, sosteniendo a la elefanta enferma con sus cuerpos, ayudándola de esta forma a seguir huyendo con el resto de la manada de los humanos que les seguían de cerca.
Pero el anestésico acabó por hacer su efecto completamente; las patas de la elefanta, al fin, se doblaron, y cayó entre los cuerpos de Hapoor y su ayudante. Rangers y veterinarios les seguían de cerca, y Hapoor lo sabía. Después de varios intentos infructuosos de empujar intentando levantar el cuerpo inerte, Hapoor le clavó repetidamente sus colmillos; Cuando comprobó que estaba muerta, se alejó con el resto de la manada.
Al acercarse los rangers, se comprobó que de los varios colmillazos, tres desgarraban directamente el gran corazón de la elefanta enferma.
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Y termino la historia de Hapoor.
Siguió éste liderando la manada durante más de veinte años, y siguió también
dando sustos a humanos siempre que se le presentaba la oportunidad. Al fin, un elefante joven consiguió arrebatarle el puesto de líder, y como suele ocurrir en estos casos, Hapoor, ya en sus últimos años, se convirtió en un elefante solitario. A base de empujar y empujar encaramándose con sus patas delanteras, día tras día, con infinita paciencia, consiguió superar la llamada gran valla Armstrong, construida a base de raíles de tren profundamente clavados en el suelo, y unidos entre sí por sirgas de acero, para contener a los elefantes dentro de los límites del parque, que estaba rodeado de campos de naranjos (las naranjas les encantan a los elefantes); Que yo sepa, hasta hoy ningún otro elefante lo volvió a conseguir.
Debido a su odio por los humanos, se convirtió en un verdadero peligro para los habitantes de la zona y fue abatido a tiros.
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La mirada, seria, algo triste; Quizás nos quede mucho por aprender.